Por Miguel Angel Pichardo Reyes
AlterSoma
La episteme científica es tributaria de los
dispositivos sociotécnicos de disciplinamiento del cuerpo sexuado, así como heredero
del paradigma antropológico de desprecio del cuerpo, la materia y la mujer. La
razón científica, hay que decirlo, es el artífice técnico de la razón
patriarcal. Ésta es una razón fálico-esquizoide, la cúpula entre el poder y el
conocimiento. Antaño la técnica se encontraba sometida a la razón política,
especialmente como una técnica de uso militar utilizada para el control, la
planificación, la dominación y la manipulación. Sin embargo ahora, en este
mundo globalizado, pareciera que la razón tecnocientífica no es más un
subordinado de la razón política, sino que ésta se ha constituido como el modo
hegemónico desde el cual opera el capitalismo global. La razón tecnocientífica
ahora es la razón política.
Como sus principios epistemológicos lo
presumen, la ciencia es epistemológicamente objetiva, éticamente aséptica,
políticamente indiferente y socialmente irrelevante. Y sin embargo, bajo estas
premisas la ciencia es un poder aparentemente impersonal y omnipotente. Por
esto mismo se encuentra por encima de la política, la ética y la comunidad. Se
ha transformado en una entidad metafísica, virtual, que sólo rinde tributo a la
lógica de la oferta y la demanda del marcado.
Cuando nos acercamos a la ciencia en su
expresión localizada y en particular a la psicología, que es donde me interesa
enmarcar este análisis, podemos situarnos en las vitrinas donde se expone la
particular episteme psicológica: revistas, congresos, consultorios,
laboratorios, universidades, institutos, grupos, etc. Las operaciones de la psicología
tratan de cubrir, en la medida de lo posible con su destino manifiesto:
objetividad, asepsia, indiferencia e irrelevancia. Las prácticas locales de la
psicología clínica, laboral, social, política, educativa, comunitaria, de la
salud, experimental, fisiológica, terapéutica, etc., son quimeras frente a un
mundo desolado.
A la psicología no le interesa el individuo o
la persona, sino su “esencia”, el comportamiento, la cognición, el
inconsciente, la emoción, los neurotransmisores, el sistema, y hasta el “alma”.
La psicología es indiferente al sujeto materialmente sentiente, situado
históricamente y localizado geopolíticamente, sexuado y producido. La
psicología no tiene mucho que decir con respecto a este sujeto de carne y
hueso. Aun más, es posible que esta psicología lleve a cabo dos movimientos
ideológicos: 1) mistificar al sujeto, idealizándolo, descarnándolo,
sustituyéndolo por un criterio o un funcionamiento, y 2) descuartizar al
sujeto, sometiéndolo, analizándolo, torturándolo para extraerle la respuesta
planteada en la pregunta de investigación. Nos encontramos con el sujeto de la
psicología científica: el sujeto mistificado y el sujeto colonizado. El primero
es sustituido por el discurso (el caso de las psicologías no-científicas), el
segundo es torturado (el caso de las psicologías científicas).
Las psicologías idealistas y dualistas
(psicoanálisis, humanismo, sistémicas), así como las psicologías materialistas
y reduccionistas (conductismo, experimental), asumen de una forma muy
particular su relación con el sujeto corporal políticamente sexuado; las
primeras por sustitución y las segundas por tortura. La sustitución es una
forma de negación de la corporalidad, un intento de expropiación de la
materialidad sintiente políticamente sexuada. Esta materialidad sintiente
escapa al análisis, pues esa materialidad revela la marca de su origen
evolutivo que se rebela ante los intentos de “humanización” espiritualizada o
idealizada del ser humano, encubriendo su animalidad mamífera, únicamente
asumiendo el psiquismo desmaterializado.
Así tenemos al sujeto sin más, desprovisto de
su tridimensional opacidad corpórea. Esta producción del sujeto es la de un
sujeto sin sujeto, un puro discurso, un etéreo significante para otro
significante, un esquema en la pizarra, una formula que plantea al sujeto
barrado sin referencia con cualquier sujeto empírico. El sujeto se encuentra
más allá del cuerpo, es sólo la voz o el silencio que escapa del cuerpo, un
inconsciente entretejido de metonimias y metáforas, solo producible en el
habla, la palabra, el parloteo, la escansión y la interpretación.
Pero es susceptible de ser sustituido por un
humanismo que enarbola una supuesta humanidad, esa esencia que nos hace únicos
e irrepetibles, elevándonos a una dignidad jerárquica que nos coloca en la cima
de la evolución, o en el centro de la historia. De acuerdo con esta visión, la
utilización de la palabra “humanidad” o “persona” supone una visión que hace
énfasis en nuestra naturaleza psíquica, anímica y espiritual, podrían decir:
somos espíritu. ¿Pero realmente cambió algo la sustitución de las palabras
“sujeto” e “inconsciente” por las de “humano”, “persona”, “espíritu”? ¿No se
trata de significantes que hacen referencia a una realidad más acá del
lenguaje?
El psiconálisis como el humanismo y el
personalismo, son tributarios de la antropología judeocristiana por vía
directa. Es posible aún encontrar rastros, sino es que proposiciones abiertamente
teológicas disfrazadas de filosofía, metapsicología y humanismo. Quizás nos encontremos
frente a una psicoteología judeocristiana moderna.
En el caso de la psicología científica nos
encontramos con la tortura. Mientras que las psicologías teológicas
(psicoanálisis y humanismo) sustituyen la realidad material del cuerpo
sintiente, las psicologías científicas matan el cuerpo para desentrañar sus
secretos a través de la disección, la observación microscópica, los injertos,
la parálisis, los sedantes, y todo aquello que genere una reacción en el
organismo susceptible de ser medida, cuantificada, grabada y registrada.
La psicología científica somete al cuerpo por
vía directa de la experimentación, la observación, el examen, la auscultación,
la entrevista y el interrogatorio. Se organiza en torno a una pulsión de
dominio que penetra, analiza, disecciona y colonializa: descuartiza. Estamos
hablando de una tortura del cuerpo para que éste a su vez nos revele sus más
recónditos secretos. Una vez realizado dicha operación, es posible predecir,
disciplinar, controlar y domesticar, y por lo tanto, producir, explotar, vender
y ganar.
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